- Soy un monstruo, dijo entonces el monstruo.
Pero él no se movió. Los monstruos, recapacitó, son honestos porque apenas verlos sabes que debes huir…luego lo que es lindo, que es a lo que generalmente se acerca uno, resulta en bestias come-sombras, come-noches, come-lenguas…
- También soy así… y así... y…y…y…
Y con esa lista dictada por ella y por algo que se le había podrido, él pensó entonces que todo lo derramado a partir de ahora en adelante sería azúcar… y no azúcar derramada... Él también era una bestia indescriptible y estaba por confesarlo.
Una sonrisa terrible adornaba el fondo con “Creo que te voy a dejar (bueno, no sé…)”. Él se sintió inútil, para ir de acuerdo a la canción (ella, no se supo); y ambos mutilados por el vaho de lo roto -de los brazos a las piernas- se lanzaron a un clóset que tapiaron por dentro, con la boca los dientes la lengua. Todo lo demás, gruñían en silencio, los asustaba; a uno el día siguiente, al otro... el otro.