Monday, May 09, 2011

Pesadilla...

Estábamos en una fiesta, mis hermanos, tu y yo. De pronto, en medio de la reunión entraba un tipo con una serpiente pequeña que se enredaba, movía y jugaba a velocidad considerable alrededor de su mano. Nadie se sorprendía más que yo; y el tipo, haciéndose el gracioso, soltó a la serpiente en el suelo como se quita la cadena a un perro para que juegue en el parque para que olfatee a la gente, para que reconozca el territorio.
La pequeña serpiente se volvió loca recorriendo rápidamente la alfombra y las esquinas de la habitación -parecía un pequeño departamento- y cada que pasaba frente a mí, brincaba un poco con la intención de morderme pero no lo hacía, simplemente repetía estas vueltas y saltos como para asustarme, como para burlarse. Casi podía verle la sonrisa a esa serpiente. Me armé un poco de valor y fui tras ella pero justo cuando estaba por alcanzarla, se volvía y me volvía a brincar. Me protegía la cara... pasaba tan cerca con su boca abierta y sus colmillos por delante! Hasta que al fin pude tomarla lo más cerca de la cabeza como he visto en los programas de tv que se toman a las serpientes; sin embargo, debido a esta inexperiencia en cazar serpientes, la serpiente alcanzó a voltear y a clavarme los colmillos en el índice derecho. La cabeza de la serpiente era grande, sin embargo, debajo de la uña del índice derecho solamente tenía dos pequeños piquetes, como de alfiler, que apenas soltaban dos pequeñas gotas de sangre.
Nadie se alteraba más que yo; la fiesta seguía su ritmo, ese ritmo de tiempo y espacio que sólo vemos en los sueños. El tipo gracioso de la serpiente recogió a su mascota por fin; yo estaba tan convencido de que era un imbécil que no quise ni soltarle un golpe; no tenía caso, lo realmente importante era el veneno que me imaginaba -no estaba seguro- ya tenía en mi sangre.
Comenzamos a buscar el antídoto. Llegamos a un hospital y preguntamos por antídoto para esa serpiente específica. El doctor decía que sí tenía y se mostraba confiado; decía que llegamos muy a tiempo y que en un momento me inyectaría. Estaba relajado y hacía bromas, mientras mi preocupación aumentaba. En esa espera, el doctor comenzó a explicar cómo es que tiene antídotos específicos para cada tipo de serpiente. Tenemos un criadero y ahí extraemos el veneno de las serpientes para entonces elaborar los antídotos, dijo. Entonces, mientras él hablaba yo soñaba dentro del sueño, o imaginaba dentro del sueño, y veía esos criaderos a los que se refería. Veía-imaginaba una especie de jaula de zoológico llena de serpientes, montañas de serpientes, una debajo de la otra, cientos, moviéndose agitándose siseando, enredándose... asqueándome!
Imaginé -por alguna extraña razón- cómo es que alimentaba a todas esas serpientes. Pensé que si arrojaban un ratón -que es lo que sé que comen las serpientes- todas ellas se pelearían por el bocadillo pero sólo una lo ganaría. Entonces, dentro del sueño, volví a imaginar que si sólo algunas de las serpientes encerradas comían, otras deberían entonces morir poco a poco, quizá las más débiles. Vi entonces cómo algunas serpientes comenzaban a palidecer y a dejar ese color verduzco para adoptar un color gris, pálido, cadavérico... y me llegaba la peste de la putrefacción y muerte. Lo curioso es que todo eso lo imaginaba dentro del sueño. Cuando ya no pude más, cuando ese horror de imaginar todas esas cosas me alteró, regresé al hospital y al doctor, que seguía sin inyectarme.
La pierna derecha, entonces, se me comenzó a entumir.
Tuve entonces otra visión: era de noche y estaba oscuro, atrás se veía sólo la luna redonda y las ramas de un árbol. Una imagen muy gótica. Ahí, una mujer -no sé quién- jugaba con la serpiente que me había mordido. La acariciaba con ambos manos y se la acercaba a la cara como dándole un beso. Y con una especie de listón rosa que casi flotaba en el aire, jugaba con la serpiente. Movía ese listón volatil como si fuera también una serpiente, como si fuera la pareja de la serpiente. Enseguida aventó ambas cosas al aire y la serpiente, en vez de caer rápidamente, fue cayendo a la velocidad a la que caía el listón; es decir, sin velocidad: ambos flotaban mientras caían poco a poco a las manos de la mujer que reía y estiraba los brazos para recibirlos.
Volví a dejar de 'soñar'. Regresé al hospital. Seguía recostado en espera de la inyección. Seguía sintiendo un parálisis en la pierna. Y seguía cada vez más asustado por ello. Seguí esperando la inyección; esperando, esperando con sueño...
Y me desperté.