Monday, April 27, 2009

My Girlfriend makes Pig...

My girlfriend makes pig
(o la paranoia de ver a cualquier cuche y pensar que se trata del virus)

Los colores de un saxofonista
El músico John Lurie, actor fetiche de Jarmusch, despunta como pintor tras sufrir la enfermedad de Lyme

John Lurie, ese tipo alto, divertido, de voz profunda y nariz importante, representó durante años al perfecto chico de la escena downtown neoyorquina. Al saxofonista, líder de Lounge Lizards, le gustaba aderezar sus actuaciones de lo que él mismo llamó fake jazz con largos monólogos. Tenía gracia, y además a él le gustaba hacer el payaso. El paso parecía natural: de músico bohemio a actor fetiche de Jim Jarmusch. Su cara caballuna empezó a hacerse popular gracias a Permanent vacation, Extraños en el paraíso y Down by law. Pero Lurie, que también firmó las bandas sonoras de esas y otras películas de Jarmusch, era un vividor incapaz de acomodarse como artista sedentario.
Su huella, sin embargo, empezó a difuminarse. Resurgió fugazmente en los noventa con una serie de televisión hecha a su medida: Fishing with John, en la que Lurie se iba literalmente de pesca con sus amigos. Tom Waits, Matt Dillon, Dennis Hopper... hombres pescando y hablando. Pura poesía nihilista. Pero el rastro volvió a perderse.
Casi veinte años después, el silencio se ha convertido en una explosión de formas y colores. Lurie acaba de publicar su libro de dibujos A fine example of art (powerHouse). Ahora pinta porque no puede hacer otra cosa. Aquejado por la extraña enfermedad de Lyme (la transmiten las garrapatas), se vio obligado a retirarse. "Durante años he padecido migrañas que me nublaban la vista, temblores y dolores insoportables. Fue un deterioro progresivo, tardaron mucho tiempo en diagnosticarme la enfermedad, entre otras cosas porque las aseguradoras se resisten en EE UU a hablar de ella porque su tratamiento es muy caro. Desde hace un año estoy mejor, pero apenas puedo escuchar música, ataca directamente mi sistema nervioso, sólo oigo un ruido insoportable". La pintura se ha convertido en su refugio creativo. "Pero nada es como la música. La música está por encima de todo, ¡es mejor que el sexo, mejor que Dios! Quizá sólo la mezcla de los dos... pero tampoco". Lurie habla desde un rancho de Big Sur (California), la casa de un amigo. "Una preciosidad", dice. "Estoy huyendo". "Una historia increíble. Un tipo, conocido, que intentó suicidarse y al que ayudé, y que ahora quiere matarme. Un loco. La policía me dijo que me fuera una temporada de Nueva York. El acoso ha sido terrorífico".
Al hablar de sus dibujos, pequeñas acuarelas que evocan su pasión por Klimt ("todavía recuerdo mi primer viaje a Viena", suspira) o por los envoltorios de los caramelos tailandeses, dice que piensa en colores y luego en microrrelatos. Los titula No sodomizaré a la profesora los viernes, Feliz como un pene o Bart Simpson tiene cáncer de cara. Se ríe y añade: "Pero lo primero son los colores". "Cuando me voy a la cama pienso en colores y son ellos los que me dan el primer impulso para empezar un dibujo. Luego viene la historia. Puedo estar 14 días seguidos pintando sin parar, de un modo impulsivo y frenético. Luego paro, hasta el nuevo impulso".
Vende su obra en varias galerías de su país. El escritor Glenn O'Brien habla de ese don que permite a unos pocos moverse entre lo más sagrado y lo más trivial. Lurie, sin embargo, dice que a veces se harta: "Soy uno de esos idiotas de la vida que piensa que las cosas pueden salir bien pero siempre me despierto con un martillazo en la cabeza. Creo en las cosas y en las personas pero siempre hay alguien que me demuestra que me equivoco. Con mi último libro tuve infinidad de problemas con mi editor y con mi agente. Trabajé durante meses con un diseñador para que luego el editor hiciera de las suyas sin consultarme. Lo peor es que he firmado un contrato que no sabía que me ataba a él para los próximos diez años. Siempre me ocurren cosas desagradables como ésta. Soy ingenuo y ciertamente un idiota". "Aunque pese a todo siempre he sido un tipo con suerte, y me gustan las cosas que hago. Quizá podría haber hecho una fortuna, pero tengo otras cosas. Hasta cuando era actor, y era lo peor que sabía hacer, tuve suerte".
Grandes preguntas
- ¿Quién es? Nacido en Minneapolis, Estados Unidos, en 1952, John Lurie creó con su hermano Evan los Lounge Lizars en 1978. En 1999 sacó el álbum The legendary Marvin Pontiac, que reunía los grandes éxitos de un supuesto músico africano-judío llamado Marvin Pontiac (1932-1977). Pontiac en realidad era el propio John Lurie.
- ¿De dónde viene? Del jazz de la escena neoyorquina de los ochenta y de las películas de Jim Jarmusch.
- ¿Adónde va? Acaba de publicar el libro A fine example of art, que reúne buena parte de sus últimas pinturas. Desde mediados de los años noventa, imposibilitado por una enfermedad, sólo se dedica a la pintura.

Saturday, April 25, 2009

La última noche del mundo...

Por Ray Bradbury

-¿Qué harías si supieras que ésta es la última noche del mundo?
-¿Qué haría? ¿Lo dices en serio?
-Sí, en serio.
-No sé. No lo he pensado.
El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo las niñas jugaban sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el aire de la tarde había un suave y limpio olor a café tostado.
-Bueno, será mejor que empieces a pensarlo.
-¡No lo dirás en serio!
El hombre asintió.
-¿Una guerra?
El hombre sacudió la cabeza.
-¿No la bomba atómica, o la bomba de hidrógeno?
-No.
-¿Una guerra bacteriológica?
-Nada de eso -dijo el hombre, revolviendo suavemente el café-. Sólo, digamos, un libro que se cierra.
-Me parece que no entiendo.
-No. Y yo tampoco, realmente. Sólo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces no siento ningún miedo, y sólo una cierta paz.-Miró a las niñas y los cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lámpara-. No te lo he dicho. Ocurrió por vez primera hace cuatro noches.
-¿Qué?
-Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo decía una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunté: “¿Qué piensas, Stan?”, y él me dijo: “Tuve un sueño anoche”. Antes de que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ése. Podía habérselo dicho. Pero dejé que me lo contara.
-¿Era el mismo sueño?
-Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos a caminar, simplemente cada uno por su lado, y en todas partes vimos gentes con los ojos clavados en los escritorios, o que se observaban las manos, o que miraban la calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.
-¿Y todos habían soñado?
-Todos. El mismo sueño, exactamente.
-¿Crees que será cierto?
-Sí, nunca estuve más seguro.
-¿Y para cuándo terminará? El mundo, quiero decir.
-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya moviéndose alrededor del mundo, llegará el fin. Tardará veinticuatro horas.
Durante unos instantes no tocaron el café. Luego levantaron lentamente las tazas y bebieron mirándose a los ojos.
-¿Merecemos esto? -preguntó la mujer.
-No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por qué?
-Creo tener una razón.
-¿La que tenían todos en la oficina?
La mujer asintió.
-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soñaron lo mismo. Pensé que era sólo una coincidencia. -La mujer levantó de la mesa el diario de la tarde-. Los periódicos no dicen nada.
-Todo el mundo lo sabe. No es necesario. -El hombre se reclinó en su silla mirándola-. ¿Tienes miedo?
-No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no.
-¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla?
-No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.
-No hemos sido tan malos, ¿no es cierto?
-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.
En el vestíbulo las niñas se reían.
-Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente se pondría a gritar en las calles.
-Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas.
-¿Sabes?, te perderé a ti y a las chicas. Nunca me gustó la ciudad, ni mi trabajo, ni nada, excepto vosotros tres. No me faltará nada más. Salvo, quizás, los cambios de tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar aquí, sentados, hablando de este modo?
-No se puede hacer otra cosa.
-Claro, eso es; pues si no estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche.
-Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde, y durante las próximas horas.
-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños, acostarse. Como siempre.
-En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso…como siempre.
El hombre permaneció inmóvil durante un rato y al fin se sirvió otro café.
-¿Por qué crees que será esta noche?
-Porque sí.
-¿Por qué no alguna otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos o diez?
-Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y ahora sí. Quizá porque esa fecha significa más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin.
-Hay bombarderos que esta noche estarán cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través del océano y que nunca llegarán a tierra.
-Eso también lo explica, en parte.
-Bueno -dijo el hombre incorporándose-, ¿qué hacemos ahora? ¿Lavamos los platos?
Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.
-No sé…-dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.
-¿Qué?
-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz?
-¿Lo sabrán también las chicas?
-No, naturalmente que no.
El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que también habían pasado la velada cada uno a su modo.
-Bueno -dijo el hombre al fin.
Besó a su mujer durante un rato.
-Nos hemos llevado bien, después de todo -dijo la mujer.
-¿Tienes ganas de llorar? -le preguntó el hombre.
-Creo que no.
Recorrieron la casa y apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche, y retiraron las colchas.
-Las sábanas son tan limpias y frescas…
-Estoy cansada.
-Todos estamos cansados.
Se metieron en la cama.
-Un momento -dijo la mujer.
El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después estaba de vuelta.
-Me había olvidado de cerrar los grifos.
Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.
La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.
-Buenas noches -dijo el hombre después de un rato.
-Buenas noches -dijo la mujer.


(Y si nos toma, que la influenza nos tome así a todos. Buenas noches...)

Sábado 25 de abril a las 4:15...

Llego a casa y leo las noticias recientes por aquello de que igual no existimos ya.
Pasan segundos...
Y...
suena...

Pinche Cid!!!!!

pinche Cid pinche Cid pinche Cid:

reconozco tu voz hasta con interferencia!!!!!

No fui pero no por motivos de cuidado de salud sino por números rojos en el bolsillo, que lo dejan a uno en cama -peor que cualquier virus-.

Los quiero los tengo los conservo los cuido los aumento mi Cid mi Diva...

Y los veo pronto. Ahí'staré para entregarles este abrazo urgente y apretado que les envio ahora desde lo más oscuro de la vía láctea...

Feliz año nuevo personal, Diva, Edgar... lo festejo como si fuera mío.

Y pinche Cid!

Chillo uuu uuuu uu uuuuuu...

...cómo
chingados
quiero
verlos
ya!

Friday, April 24, 2009

Mientras Defe se llena con zombies...

... en esta lugar buscan a Eleder.

Se busca artista urbano
Las calles son la mejor galería: así lo muestra este esténcil de autor anónimo, en Pavo y Leandro Valle. La imagen es simple, un transeúnte que lleva en su espalda una columna de pajareras (en realidad es un pajarero).

Wednesday, April 22, 2009

Con música de western al fondo...

La forastera tomó la cámara sin permiso.
Comenzó a jugar con ella bajo el sol, que era el sol de una película de vaqueros.
El lugar era una sierra en Durango -que no recuerdo el nombre-.
Y en un duelo que no dejó heridos le quité la cámara. No fue necesario llamar al sheriff-padre ya que entendió inmediatamente. Entregó el arma y salió huyendo dejando solamente una nube de polvo, como en las películas de vaqueros.
Dos días después, ya lejos, en una playa que queda a una semana en caballo -calculo-, y al revisar el botín de imágenes del viaje hasta ese momento, supe que la forastera sí había disparado: vi que había tomado esta foto.
(Si la hubiera visto en ese momento, me hubiera retratado con ella; o al menos le hubiera pedido su nombre... o su apodo)

La forastera tenía como 7 años.

(Y Lablú me quitó el pudor -esa toalla que esconde miedos-).

Tuesday, April 21, 2009

Especial de La Mocte Niüs...

Por Boris La Araña Marciana, correponsal...

Hombre muerde a una pitón que lo tenía atrapado
Un keniata mordió a una pitón que le atrapó con su cuerpo y le arrastró a lo alto de un árbol en una lucha que duró horas, informaron el miércoles medios locales del país africano.
El empleado de granja Ben Nyaumbe estaba trabajando el fin de semana cuando la serpiente que aparentemente buscaba ganado, le atacó en la zona de Malindi, en la costa índica de Kenia.
“Pisé una cosa esponjosa en el suelo y de repente mi pierna quedó atrapada por el cuerpo de una enorme pitón”, dijo al periódico Daily Nation.
Cuando la serpiente se enrolló en torno a la parte superior de su cuerpo, Nyaumbe recurrió a medidas desesperadas: “Tuve que morderla”.
La pitón le arrastró hasta un árbol, pero cuando el animal aflojó la presión, Nyaumbe contó que pudo sacar el teléfono móvil de su bolsillo y llamar para pedir ayuda.
Cuando su supervisor llegó con un policía, Nyaumbe tapó la cabeza de la serpiente con su camiseta, mientras que los equipos de rescate la ataron con una cuerda y tiraron de ella.
“Ambos caímos, nos desplomamos”, dijo Nyaumbe, que sufrió lesiones en los labios y algunas contusiones.
La serpiente se escapó de los tres sacos en los que había sido metida.
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Spiderman salva la vida de un niño en la vida real
Spiderman ha rescatado del peligro de caer al vacío a un pequeño tailandés. El ingenio de un bombero consiguió salvar a un niño de ocho años autista en Tailandia. El chico se había subido al alféizar de una ventana de su escuela en un tercer piso y se negaba a bajar a pesar de los esfuerzos de los profesores y bomberos.
Fue un comentario de la madre del niño sobre su pasión por el superhéroe del cómic Spiderman lo que provocó la genial idea en el bombero Somchai Yoosabai, que corrió presto a buscar el disfraz de Spiderman que guardaba en su taquilla de la estación.
Cuando el niño le vio, disfrazado de su héroe favorito y además con un zumo en la mano para él, sonrió y se lanzó entusiasmado en sus brazos.
“Parece increíble, pero el crío se echó a sus brazos en cuanto le vio”, indicó el sargento Virat Boonsadao, quien explicó que el bombero suele usar el disfraz de Hombre Araña para animar los simulacros de incendio en los colegios. Siempre quedará la esperanza de que un superhéroe, disfrazado o no, acuda como un buen amigo a rescatarnos.
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Se lanza de un quinto piso dos veces y no le pasa nada
Un ruso que se tomó tres botellas de vodka sobrevivió milagrosamente al caer de un quinto piso… ¡dos veces!
Alexei Roskov tomó demasiado. Después de tres botellas de vodka se asomó por una ventana de un quinto piso y se cayó. Según explicó, se volvió a tirar para no escuchar las quejas de su esposa por la primera caída.
Yekaterina miró espantada a su esposo caer por la ventanana de la cocina de su departamento. Alexei, por su parte, no sólo cayó como una bolsa de papas sino que después volvió a subir a su casa por sus propios medios. Al llegar su mujer lo regañaba mientras llamaba a una ambulancia.
“No sé por qué me tiré la primera vez. Pero cuando subí, escuchar a mi esposa gritando enojada me hizo pensar que debía abandonar la habitación de nuevo. Sé que fui muy afortunado”, explicó. El hombre que juró abandonar la bebida no sufrió más que cortes y moretones (por parte de la esposa).
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La masturbación aliviaría el resfrío
Aparte de las conocidas ventajas de la masturbación (entre ellas por ejemplo evitar la eyaculación precoz), hace poco encontraron que masturbarse sería la forma más placentera y rápida de evitar que la naríz se tape luego de tener un resfriado.
Un neurólogo de la Tabriz Medical University (en Irán), Sina Zarrintan, explica que los genitales y la nariz están conectados por una misma sección del sistema nervioso, que es la que se encarga de controlar algunos reflejos: el sistema nervioso simpático.
En una breve explicación, tener la nariz tapada se debe que los vasos sanguineos estan inflamados, por eso durante la eyaculación esos vasos sanguineos se estrechan y es lo que provoca la liberación de las fosas nasales que estaban bloqueadas.
“Dependiendo los sintomas de resfrio y la severidad de la enfermedad, puedes tener sexo o masturbarte, en cantidades que uno considere necesario…”, nos decia Sina Zarrintan, experto en biomedicina.
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Confunde pegamento superfuerte con gotas para los ojos
Al levantarse por la mañana y con la vista nublada aún por el sueño, Paula Griffin buscaba las gotas que usa cada mañana, pero en su lugar se colocó un par de gotas del pegamento que se encontraba en una botella casi idéntica.
Su fatal error ocasionó que su ojo derecho quedará totalmente sellado y le hizo sentir un gran ardor, por lo que acudió de inmediato con un doctor, según se informa a esta agencia.
“Tan pronto como coloqué las primeras gotas supe que algo andaba mal. Eran muy espesas y nada parecidas a las que usaba”, dijo Griffin. La mujer se las arregló para eliminar algo del líquido del centro de su ojo, lo que la salvó de un daño permanente. Sin embargo, no pudo retirar el pegamento por completo y esto causó que sus párpados quedaran pegados.
“Estaba casi agonizando, el ardor era demasiado y el instinto me llevó a cerrar el ojo, pero en cuanto lo hice, mis pestañas quedaron unidas. Tenía mucho temor de perder la vista”.
En un principio, los doctores le dieron parafina para que el pegamento se disolviera, aunque ésta no dio resultado. Entonces, “me dijeron que tenía sólo tres opciones: dejar que se despegara de manera natural, lo que podía conllevar mayor daño; seguir intentando con la parafina; o que me removieran las pestañas para forzar a que el ojo se abriera”.
Tras la intervención, en la que le realizaron un corte a lo largo del párpado, Paula tuvo que tomarse una semana sin ir a trabajar y tampoco pudo conducir por varios días. “Es horrible no tener pestañas, pero no me arrepiento de haberme decidido por la intervención”, señala.
Por su parte, el doctor Simon Bell, quien la atendió en el Hospital Poole, mencionó que si el pegamento hubiera caído en el centro del globo ocular, las posibilidades de que se hubiera presentado un daño permanente habrían sido muy altas.
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Le estaba creciendo un pino en el pulmón
El paciente de 28 años Artyom Sidorkin acudió al servicio de urgencias del hospital de la ciudad de Izhevsk, en la Rusia Central, según informa el corresponsal Komsomolskaya Pravda a esta redacción por un fuerte dolor de pecho que resulto un árbol en pleno desarrollo.
Tras realizar radiografías de pecho y diagnosticarle un tumor, los médicos decidieron hacer una biopsia. Pero al terminar, se quedaron atónitos al ver numerosas agujas verdes clavadas en el tejido pulmonar.
“Parpadeé tres o cuatro veces, y pensé que estaba viendo visiones”, asegura Vladimir Kamashev, del centro Udmurtian para el trataamiento del cáncer, el especialista que analizó la biopsia. “Entonces llamé a mi ayudante para que echara un vistazo”. No cabía duda. Una rama de pino estaba echando raíces en el pulmón del paciente.
“Los médicos me dijeron que mi tos sanguinolenta no estaba provocada por enfermedad alguna”, dijo por su parte el propio Sidorkin. “Eran las agujas del pino pinchando los capilares. Lo cierto es que me dolía un montón, pero nunca llegué a sentir la sensación de tener un objeto extraño dentro de mi”.
Resulta obvio, aseguran los médicos, que una rama de cinco centímetros es demasiado grande para haber sido inhalada o tragada por el paciente. Parece mucho más lógico pensar que Sidorkin podría haber inhalado un pequeño brote. Y que éste creció después dentro de su cuerpo.
Mientras se aclara la cuestión, el trozo de pulmón extraído (con la rama de pino dentro), ha sido cuidadosamente guardada para seguir estudiándola. Se riega a diario y ya se puso en una macetita.
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Roba en una joyería hipnotizando a la vendedora
La policía india busca a un individuo que hipnotizó a la vendedora de una joyería de Bombay para robarle collares y pulseras engastados con diamantes, por un valor de 160.000 dólares.
La vendedora, Katrina Sunul Purswami, fue autorizada el sábado por el dueño de la joyería Seres, situada en el lujoso mercado del suburbio de Bandra West, a llevar las joyas a un hotel cercano, para mostrarlas a un cliente que estaba interesado en ellas.
“Cuando la vendedora llegó al hotel, el acusado actuó como si fuera el dueño del establecimiento”, explicó el inspector Prakash George en un informe.
“Cuando Purswami le mostraba las joyas, el hombre pidió que detallara por escrito los detalles de las piezas. En ese momento la hipnotizó y se fue con las alhajas”, agregó.
El jefe policial explicó que la joyería se acababa de abrir y que su propietario había permitido que su empleada sacara las joyas porque veía la posibilidad de una buena venta.
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The Cat-Boy (el niño con ojos de gato)
Todo comenzó con una visita al médico cuando el padre de un menor llamado Nong Youhui se presentó para que revisaran los ojos de su hijo.
El problema que notaba su padre era que los ojos del chico brillaban en la oscuridad como si fueran linternas.
Como informa el diario The Sun, para sorpresa de los médicos del hospital ubicado en Dahua, al sur de China, descubrieron que el menor tiene la habilidad de ver en la oscuridad.
Según los exámenes médicos que le hicieron a Nong Youhui pudieron determinar que el chico puede leer sin dificultad en completa oscuridad y sin la ayuda de ninguna luz. Es más, puede ver con tanta claridad como si fuera de día.
Los expertos creen que el menor nació con una rara condición, que deja a sus ojos con menos protección y los hacen más sensibles a la luz.
Por otro lado, el padre del chico al que ya apodan “Cat-Boy” advirtió que hace un tiempo los médicos le dijeron que los ojos de su hijo dejarían de brillar, para convertirse en negros, como la mayoría de los chinos. Hasta la fecha eso no ha ocurrido.
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Anciano de 114 años detenido con 650 Kg de marihuana
(Ya antes esta agencia noticiosa había hablado de un viejito inglés que traficaba mota con "usos medicinales". La noticia es que los viejitos vuelven a atacar).
Le confiscan 650 kilos de marihuana a un hombre de 114 años de edad.
La agencia antinarcóticos de Nigeria le confiscó seis toneladas y media de marihuana a Sulaiman Adebayo que al parecer tiene 114 años. Si bien no hubo una confirmación definitiva de este dato el hombre parece haber aportado pruebas de su existencia en el momento de la inauguración de un edificio público ocurrida en 1895 en Abeokuta, capital del estado de Ogún en Lagos.
Adebayo, que fue granjero durante gran parte de su larga vida, explicó que creía que los 254 sacos rebosantes de marihuana contenían arroz. “Es evidente que la cantidad de drogas sugiere tráfico a gran escala”, explicó Ahmadu Giade director de la Agencia Nacional contra el Narcotráfico.

Monday, April 20, 2009

El gigante caimán...

Lo supé ayer por este bro.
No hay accidentes.
Hace pocos días empezaba a escribirme (sí, pa nunca olvidarlo) un texto sobre la experiencia de casi quedarme enterrado-estancado en una playa sin nombre donde detrás de ella existe un hábitat de caimanes, un cementerio de caimanes, pelícanos picados por buitres y un sol sangriento no más grande que la luna, detenido. Fue un acto de soberbia mío, quizá de aventura y pendejez también pero fue una experiencia que de alguna forma cambió mi vida porque de entrada me volvió a aterrizar. Y ya mi concepto sobre la paciencia, al salir poco a poco, poco a poco de ahí, y finalmente llegar al pueblo más cercano pidiendo agua, ha cambiado a bien.
Recuerdo que durante esa angustiante experiencia me vinieron a la cabeza imágenes -de dos obras-: La Balada del Viejo Marinero (this soul hath been alone on a wide sea), de S. T. Coleridge, y El Gigante Ahogado: ... el gigante estaba realmente vivo para mí, más vivo por cierto que la mayoría de la gente que iba allí a mirarlo. Lo que yo encontraba tan fascinante era en parte esa escala inmensa, los enormes volúmenes de espacio ocupados por los brazos y las piernas que parecían confirmar la identidad de mis propios miembros en miniatura, pero sobre todo el hecho categórico de la existencia del gigante. No hay cosa en la vida, quizá, que no pueda ser motivo de dudas, pero el gigante, muerto o vivo, existía en un sentido absoluto, dejando entrever un mundo de absolutos análogos, de los cuales nosotros, los espectadores de la playa, éramos sólo imitaciones, diminutas e imperfectas.
Esto fue lo primero que releeí de Ballard; y ahora asocio la imagen del gigante con la experiencia del cementerio caimán.
Nunca olvidaré.

El Gigante Ahogado
J. G. Ballard

EN LA MAÑANA DESPUÉS de la tormenta las aguas arrojaron a la playa, a ocho kilómetros al noroeste de la ciudad, el cuerpo de un gigante ahogado. La primera noticia la trajo un campesino de las cercanías y fue confirmada luego por los hombres del periódico local y de la policía. Sin embargo, la mayoría de la gente, incluyéndome a mí, no lo creímos, pero la llegada de otros muchos testigos oculares que confirmaban el enorme tamaño del gigante excitó al fin nuestra curiosidad. Cuando salimos para la costa poco después de las dos, no quedaba casi nadie en la biblioteca donde yo y mis colegas estábamos investigando, y la gente siguió dejando las oficinas y las tiendas durante todo el día, a medida que la noticia corría por la ciudad.

En el momento en que alcanzamos las dunas sobre la playa, ya se había reunido una multitud considerable, y vimos el cuerpo tendido en el agua baja, a doscientos metros. Lo que habíamos oído del tamaño del gigante nos pareció entonces muy exagerado. Había marea baja, y casi todo el cuerpo del gigante estaba al descubierto, pero no parecía ser mayor que un tiburón echado al sol. Yacía de espaldas con los brazos extendidos a los lados, en una actitud de reposo, como si estuviese dormido sobre el espejo de arena húmeda. La piel descolorida se le reflejaba en el agua y el cuerpo resplandecía a la clara luz del sol como el plumaje blanco de un ave marina, Perplejos, y descontentos con las explicaciones de la multitud, mis amigos y yo bajamos de las dunas hacia la arena de la orilla. Todos parecían tener miedo de acercarse al gigante, pero media hora después dos pescadores con botas altas salieron del grupo, adelantándose por la arena. Cuando las figuras minúsculas se acercaron al cuerpo recostado, un alboroto de conversaciones estalló entre los espectadores. Los dos hombres parecían criaturas diminutas al lado del gigante.

Aunque los talones estaban parcialmente hundidos en la arena, los pies se alzaban a por lo menos el doble de la estatura de los pescadores, y comprendimos inmediatamente que este leviatán ahogado tenía la masa y las dimensiones de una ballena.

Tres barcos pesqueros habían llegado a la escena y estaban a medio kilómetro de la playa; las tripulaciones observaban desde las proas. La prudencia de los hombres había disuadido a los espectadores de la costa que habían pensado en vadear las aguas bajas. Impacientemente, todos dejamos las dunas y esperamos en la orilla. El agua había lamido la arena alrededor de la figura, formando una concavidad, como si el gigante hubiese caído del cielo. Los dos pescadores estaban ahora entre los inmensos plintos de los pies, y nos saludaban como turistas entre las columnas de un templo lamido por las aguas, a orillas del Nilo. Durante un momento temí que el gigante estuviera sólo dormido y pudiera moverse y juntar de pronto los talones, pero los ojos vidriados miraban fijamente al cielo, sin advertir esas réplicas minúsculas de sí mismo que tenía entre los pies.

Los pescadores echaron a andar entonces alrededor del cuerpo, pasando junto a los costados blancos de las piernas. Luego de detenerse a examinar los dedos de la mano supina, desaparecieron entre el brazo y el pecho, y asomaron de nuevo para mirar la cabeza, protegiéndose los ojos del sol mientras contemplaban el perfil griego.

La frente baja, la nariz recta y los labios curvos me recordaron una copia romana de Praxiteles; las cartelas elegantemente formadas de las ventanas de la nariz acentuaban el parecido con una escultura monumental. Repentinamente brotó un grito de la multitud, y un centenar de brazos apuntaron hacia el mar. Sobresaltado, vi que uno de los pescadores había trepado al pecho del gigante y se paseaba por encima haciendo señas hacia la orilla. Hubo un rugido de sorpresa y victoria en la multitud, perdido en una precipitación de conchillas y arenisca cuando todos corrieron playa abajo.

Al acercarnos a la figura recostada, que descansaba en un charco de agua del tamaño de un campo de fútbol, la charla excitada disminuyó otra vez, dominada por las enormes dimensiones de este coloso moribundo. Estaba tirado en un ligero ángulo con la orilla, las piernas más hacia la costa, y este detalle había ocultado la longitud real del cuerpo. A pesar de los dos pescadores subidos al abdomen, el gentío se había ordenado en un amplio círculo, y de cuando en cuando unos pocos grupos de tres o cuatro personas avanzaban hacia las manos y los pies.

Mis compañeros y yo caminamos alrededor de la parte que daba al mar; las caderas y el tórax del gigante se elevaban por encima de nosotros como el casco de un navío varado. La piel perlada, distendida por la inmersión en el agua del mar, disimulaba los contornos de los enormes músculos y tendones. Pasamos por debajo de la rodilla izquierda, que estaba ligeramente doblada, y de donde colgaban los tallos de unas húmedas algas marinas. Cubriéndole flojamente el diafragma y manteniendo una tenue decencia, había un pañolón de tela, de trama abierta, y de un color amarillo blanqueado por el agua. El fuerte olor a salitre de la prenda que se secaba al sol se mezclaba con el aroma dulzón y poderoso de la piel del gigante.

Nos detuvimos junto al hombre y observamos el perfil inmóvil. Los labios estaban ligeramente separados, el ojo abierto nubloso y ocluido, como si le hubieran inyectado algún líquido azul lechoso, pero las delicadas bóvedas de las ventanas de la nariz y las cejas daban a la cara un encanto ornamental que contradecía la pesada fuerza del pecho y de los hombros.

La oreja estaba suspendida sobre nuestras cabezas como un portal esculpido.
Cuando alcé la mano para tocar el lóbulo colgante alguien apareció gritando sobre el borde de la frente. Asustado por esta aparición retrocedí unos pasos, y vi entonces que unos jóvenes habían trepado a la cara y se estrujaban unos a otros, saltando en las órbitas.

La gente andaba ahora por todo el gigante, cuyos brazos recostados proporcionaban una doble escalinata. Desde las palmas caminaban por los antebrazos hasta el codo y luego se arrastraban por el hinchado vientre de los bíceps hasta el llano paseo de los músculos pectorales que cubrían la mitad superior del pecho liso y lampiño. Desde allí subían a la cara, pasando las manos por los labios y la nariz, o bajaban corriendo por el abdomen para reunirse con otros que habían trepado a los tobillos y patrullaban las columnas gemelas de los muslos.

Seguimos caminando entre la gente, y nos detuvimos para examinar la mano derecha extendida. En la palma había un pequeño charco de agua, como el residuo de otro mundo, pisoteado ahora por los que trepaban al brazo. Traté de leer las líneas que acanalaban la piel de la palma buscando algún indicio del carácter del gigante, pero la dilatación de los tejidos casi las había borrado, llevándose todos los posibles rastros de identidad y los signos de las últimas circunstancias trágicas. Los huesos y los músculos de la mano daban la impresión de que el coloso no era demasiado sensible, pero la precisa flexión de los dedos y las uñas cuidadas, cortadas todas simétricamente a una distancia de quince centímetros de la carne mostraban un temperamento de algún modo delicado, confirmado por las facciones griegas de la cara, en la que se posaban ahora como moscas todos los vecinos del pueblo.

Hasta había un joven de pie en la punta de la nariz, moviendo los brazos a los lados y gritándoles a otros muchachos, pero la cara del gigante conservaba una sólida compostura.

Regresando a la orilla nos sentamos en la arena y miramos la corriente continua de gente que llegaba del pueblo. Unos seis o siete botes de pesca se habían reunido a corta distancia de la costa, y las tripulaciones vadeaban el agua poco profunda para ver desde más cerca esta presa traída por la tormenta. Más tarde apareció una partida de policías y con poco entusiasmo intentó acordonar la playa, pero después de subir a la figura recostada abandonaron la idea, y se alejaron todos juntos echando miradas divertidas por encima del hombro.

Una hora después había un millar de personas en la playa, y doscientas de ellas estaban de pie o sentadas en el gigante, apiñadas en los brazos y las piernas o circulando en un alboroto incesante por el pecho y el estómago. Un grupo de jóvenes se había instalado en la cabeza, empujándose unos a otros sobre las mejillas y deslizándose por la superficie lisa de la mandíbula. Dos o tres habían montado a horcajadas en la nariz, y otro se arrastró dentro de uno de los orificios, desde donde ladraba como un perro.

Esa tarde volvió la policía y abrió paso por entre la multitud a una partida de hombres de ciencia—autoridades en anatomía y en biología marina—de la universidad. El grupo de jóvenes y la mayoría de la gente bajaron del gigante, dejando atrás unas pocas almas intrépidas encaramadas en las puntas de los dedos de los pies y en la frente. Los expertos anduvieron a pasos largos alrededor del gigante, deliberando con señas vigorosas, precedidos por los policías que iban apartando a la multitud. Cuando llegaron a la mano extendida, el oficial mayor se ofreció para ayudarlos a subir a la palma, pero los expertos se negaron apresuradamente. Luego que estos hombres regresaron a la orilla, la muchedumbre trepó una vez más al gigante, y cuando nos marchamos a las cinco ya se habían apoderado totalmente del cuerpo, cubriendo los brazos y las piernas como una compacta banda de gaviotas posada en el cadáver de un cetáceo.

Visité de nuevo la playa tres días después. Mis amigos de la biblioteca habían vuelto al trabajo, y habían delegado en mí la tarea de vigilar al gigante y preparar un informe. Quizá entendían mi interés particular por el caso, y era realmente cierto que yo estaba ansioso por volver a la playa. No había nada necrofílico en esto, porque el gigante estaba realmente vivo para mí, más vivo por cierto que la mayoría de la gente que iba allí a mirarlo. Lo que yo encontraba tan fascinante era en parte esa escala inmensa, los enormes volúmenes de espacio ocupados por los brazos y las piernas que parecían confirmar la identidad de mis propios miembros en miniatura, pero sobre todo el hecho categórico de la existencia del gigante. No hay cosa en la vida, quizá, que no pueda ser motivo de dudas, pero el gigante, muerto o vivo, existía en un sentido absoluto, dejando entrever un mundo de absolutos análogos, de los cuales nosotros, los espectadores de la playa, éramos sólo imitaciones, diminutas e imperfectas.

Cuando llegué a la costa el gentío era considerablemente menor, y había unas doscientas o trescientas personas sentadas en la arena, merendando y observando a los grupos de visitantes que bajaban por la playa. Las mareas sucesivas habían acercado el gigante a la costa, moviendo la cabeza y los hombros hacia la playa, de modo que el tamaño del cuerpo parecía duplicado, empequeñeciendo a los botes de pesca varados ahora junto a los pies. El contorno irregular de la playa había arqueado ligeramente el espinazo del gigante, extendiéndole el pecho e inclinándole la cabeza hacia atrás, en una posición más explícitamente heroica. Los efectos combinados del agua salada y la tumefacción de los tejidos le daban ahora a la cara un aspecto más blando y menos joven. Aunque a causa de las vastas proporciones del rostro era imposible determinar la edad y el carácter del gigante, en mi visita previa el modelado clásico de la boca y de la nariz me habían llevado a pensar en un hombre joven de temperamento modesto y humilde. Ahora, sin embargo, el gigante parecía estar, por lo menos, en los primeros años de la madurez. Las mejillas hinchadas, la nariz y las sienes más anchas y los ojos apretados insinuaban una edad adulta bien alimentada, que ya mostraba ahora la proximidad de una creciente corrupción.

Este acelerado desarrollo postmortem, como si los elementos latentes del carácter del gigante hubieran alcanzado en vida el impulso suficiente como para descargarse en un breve resumen final, me fascinaba de veras. Señalaba el principio de la entrega del gigante a ese sistema que lo exige todo: el tiempo en el que como un millón de ondas retorcidas en un remolino fragmentado se encuentra el resto de la humanidad y del que nuestras vidas finitas son los productos últimos. Me senté en la arena directamente delante de la cabeza del gigante, desde donde podía ver a los recién llegados y a los niños trepados a los brazos y las piernas.

Entre las visitas matutinas había una cantidad de hombres con chaquetas de cuero y gorras de paño, que escudriñaban críticamente al gigante con ojo profesional, midiendo a pasos sus dimensiones y haciendo cálculos aproximativos en la arena con maderas traídas por el mar. Supuse que eran del departamento de obras públicas y otros cuerpos municipales, y estaban pensando sin duda cómo deshacerse de este colosal resto de naufragio.

Varios sujetos bastante mejor vestidos, propietarios de circos o algo así, aparecieron también en escena y pasearon lentamente alrededor del cuerpo, con las manos en los bolsillos de los largos gabanes, sin cambiar una palabra. Evidentemente, el tamaño era demasiado grande aun para los mayores empresarios. Al fin se fueron, y los niños siguieron subiendo y bajando por los brazos y las piernas, y los jóvenes forcejearon entre ellos sobre la cara supina, dejando las huellas arenosas y húmedas de los pies descalzos en la piel blanca de la cara.

Al día siguiente postergue deliberadamente la visita hasta las últimas horas de la tarde, y cuando llegué había menos de cincuenta o sesenta personas sentadas en la arena. El gigante había sido llevado aún más hacia la playa, y estaba ahora a unos setenta y cinco metros, aplastando con los pies la empalizada podrida de un rompeolas. El declive de la arena más firme inclinaba el cuerpo hacia el mar, y en la cara magullada había un gesto casi consciente. Me senté en un amplio montacargas que habían sujetado a un arco de hormigón sobre la arena, y miré hacia abajo la figura recostada.

La piel blanqueada había perdido ahora la perlada translucidez, y estaba salpicada de arena sucia que reemplazaba la que había sido llevada por la marea nocturna. Racimos de algas llenaban los espacios entre los dedos de las manos, y debajo de las caderas y las rodillas se amontonaban conchillas y huesos de moluscos. No obstante, y a pesar del engrosamiento continuo de los rasgos, el gigante conservaba una espléndida estatura homérica. La enorme anchura de los hombros y las inmensas columnas de los brazos y las piernas transportaban la figura a otra dimensión, y el gigante parecía más la imagen auténtica de un argonauta ahogado o de un héroe de la Odisea que el retrato convencional de estatura humana en el que yo había pensado hasta ese momento.

Bajé a la orilla y caminé entre los charcos de agua hacia el gigante. Había dos muchachos sentados en la cavidad de la oreja, y en el otro extremo un joven solitario estaba encaramado en el dedo de un pie, examinándome mientras me acercaba. Como yo había esperado al postergar la visita, nadie más me prestó atención, y las personas de la orilla se quedaron allí envueltas en las ropas de abrigo.

La mano derecha del gigante estaba cubierta de conchillas y arena, que mostraba una línea de pisadas. La mole redondeada de la cadera se elevaba ocultándome toda la visión del mar. El olor dulcemente acre que yo había notado antes era ahora más punzante, y a través de la piel opaca vi las espirales serpentinas de unos vasos sanguíneos coagulados. Aunque pudiera parecer desagradable, el descubrimiento de esta incesante metamorfosis, una visible vida en la muerte, me permitió al fin poner los pies en el cadáver.

Usando el pulgar como pasamano, trepé a la palma y comencé el ascenso. La piel era más dura de lo que yo había esperado, cediendo apenas bajo mi peso. Subí rápidamente por la pendiente del antebrazo y por el globo combado del bíceps. La cara del gigante ahogado asomaba a mi derecha; las cavernosas ventanas de la nariz y las inmensas y empinadas laderas de las mejillas se elevaban como el cono de un extravagante.

Di la vuelta por el hombro y bajé a la amplia explanada del pecho, sobre la que se destacaban los costurones huesudos de las costillas, como vigas inmensas. La piel blanca estaba moteada por las magulladuras negras de innumerables huellas, donde se distinguían claramente los tacos de los zapatos. Alguien había levantado un pequeño castillo de arena en el centro del esternón y trepé a esa estructura derruida a medias para tener una mejor visión de la cara.

Los dos niños habían escalado la oreja y se arrastraban hacia la órbita derecha, cuyo globo azul, completamente cerrado por un fluido lechoso, miraba ciegamente más allá de aquellas formas diminutas. Vista oblicuamente desde abajo, la cara estaba desprovista de toda gracia y serenidad; la boca contraída y la barbilla alzada, sustentada por los músculos gigantescos, se parecían a la proa rota de un colosal naufragio. Tuve conciencia por vez primera de los extremos de esta última agonía física, no menos dolorosa porque el gigante no pudiera asistir a la ruina de los músculos y los tejidos. El aislamiento absoluto de la figura postrada, tirada como un barco abandonado en la costa vacía, casi fuera del alcance del rumor de las olas, transformaba la cara en una máscara de agotamiento e impotencia.

Di un paso y hundí el pie en una zona de tejido blando, y una bocanada de gas fétido salió por una abertura entre las costillas. Apartándome del aire pestilente, que colgaba como una nube sobre mi cabeza volví la cara hacia el mar para airear los pulmones Descubrí sorprendido que le habían amputado la mano izquierda al gigante. Miré con asombro el muñón oscurecido, mientras el Joven solo, recostado en aquella percha alta a treinta metros de distancia, me examinaba con ojos sanguinarios. Esta fue sólo la primera de una serie de depredaciones. Pasé los dos días siguientes en la biblioteca resistiéndome por algún motivo a visitar la costa, sintiendo que había presenciado quizá el fin próximo de una magnífica ilusión. La próxima vez que crucé las dunas y empecé a andar por la arena de la costa, el gigante estaba a poco más de veinte metros de distancia, y ahora, cerca de los guijarros ásperos de la orilla, parecía haber perdido aquella magia de remota forma marina. A pesar del tamaño inmenso, las magulladuras y la tierra que cubrían el cuerpo le daban un aspecto meramente humano; las vastas dimensiones aumentaban aún más la vulnerabilidad del gigante.

Le habían quitado la mano y el pie derechos, los habían arrastrado por la cuesta y se los habían llevado en un carro. Luego de interrogar al pequeño grupo de personas acurrucadas junto al rompeolas, deduje que una compañía de fertilizantes orgánicos y una fábrica de productos ganaderos eran los principales responsables.

El otro pie del gigante se alzaba en el aire, y un cable de acero sujetaba el dedo grande, preparado evidentemente para el día siguiente. Había unos surcos profundos en la arena, por donde habían arrastrado las manos y el pie. Un fluido oscuro y salobre goteaba de los muñones y manchaba la arena y los conos blancos de las sepias.

Cuando bajaba por la playa advertí unas leyendas jocosas, svásticas y otros signos, inscritos en la piel gris, como si la mutilación de este coloso inmóvil hubiese soltado de pronto un torrente de rencor reprimido. Una lanza de madera atravesaba el lóbulo de una oreja, y en el centro del pecho había ardido una hoguera, ennegreciendo la piel alrededor. La ceniza fina de la leña se dispersaba aún en el viento.

Un olor fétido envolvía el cadáver, la señal inocultable de la putrefacción, que había ahuyentado al fin al grupo de jóvenes. Regresé a la zona de guijarros y trepé al montacargas. Las mejillas hinchadas del gigante casi le habían cerrado los ojos, separando los labios en un bostezo monumental. Habían retorcido y achatado la nariz griega, en un tiempo recta, y una sucesión de innumerables zapatos la habían aplastado contra la cara abotagada.

Cuando visité otra vez la playa, a la tarde del día siguiente, descubrí, casi con alivio, que se habían llevado la cabeza.

Transcurrieron varias semanas antes de mi próximo viaje a la costa, y para ese entonces el parecido humano que habla notado antes había desaparecido de nuevo. Observados atentamente, el tórax y el abdomen recostados eran evidentemente humanos, pero al troncharle los miembros, primero en la rodilla y en el codo y luego en el hombro y en el muslo, el cadáver se parecía al de algún animal marino acéfalo: una ballena o un tiburón. Luego de esta perdida de identidad, y las pocas características permanentes que habían persistido tenuamente en la figura, el interés de los espectadores había muerto al fin, y la costa estaba ahora desierta con excepción de un anciano vagabundo y el guardián sentado a la entrada de la cabaña del contratista.

Habían levantado un andamiaje flojo de madera alrededor del cadáver y una docena de escaleras de mano se mecían en el viento; alrededor había rollos de cuerda esparcidos en la arena, cuchillos largos de mango de metal y arpeos; los guijarros estaban cubiertos de sangre y trozos de hueso y piel.

El guardián me observaba hoscamente por encima del brasero de carbón, y lo saludé con un movimiento de cabeza. El punzante olor de los enormes cuadrados de grasa que hervían en un tanque detrás de la cabaña impregnaba el aire marino. Habían quitado los dos fémures con la ayuda de una grúa pequeña, cubierta ahora por la tela abierta que en otro tiempo llevaba el gigante en la cintura, y las concavidades bostezaban como puertas de un granero. La parte superior de los brazos, los huesos del cuello y los órganos genitales habían desaparecido. La piel que quedaba en el tórax y el abdomen había sido marcada en franjas paralelas con una brocha de alquitrán, y las cinco o seis secciones primeras habían sido recortadas del diafragma, descubriendo el amplio arco de la caja torácica.

Cuando ya me iba, una bandada de gaviotas bajó girando del cielo y se posó en la playa, picoteando la arena manchada con gritos feroces. Varios meses después, cuando la noticia de la llegada del gigante estaba ya casi olvidada, unos pocos trozos del cuerpo desmembrado empezaron a aparecer por toda la ciudad. La mayoría eran huesos que las empresas de fertilizantes no habían conseguido triturar, y a causa del abultado tamaño, y de los enormes tendones y discos de cartílago pegados a las junturas, se los identificaba con mucha facilidad. De algún modo, esos fragmentos dispersos parecían transmitir mejor la grandeza original del gigante que los apéndices amputados al principio. En una de las carnicerías más importantes del pueblo, al otro lado de la carretera, reconocí los dos enormes fémures a cada lado de la entrada. Se elevaban sobre las cabezas de los porteros como megalitos amenazadores de una religión druídica primitiva, y tuve una visión repentina del gigante trepando de rodillas sobre esos huesos desnudos y alejándose a pasos largos por las calles de la ciudad, recogiendo los fragmentos dispersos en el viaje de regreso al océano.

Unos pocos días después vi el húmero izquierdo apoyado en la entrada de un astillero (el otro estuvo durante varios años hundido en el lodo, entre los pilotes del muelle principal). En la misma semana, en los desfiles del carnaval, exhibieron en una carroza la mano derecha momificada.

El maxilar inferior, típicamente, acabó en el museo de historia natural. El resto del cráneo ha desaparecido, pero probablemente esté todavía escondido en un depósito de basura, o en algún jardín privado. Hace poco tiempo, mientras navegaba río abajo, vi en un jardín al borde del agua, un arco decorativo: eran dos costillas del gigante, confundidas quizá con la quijada de una ballena. Un cuadrado de piel curtida y tatuada, del tamaño de una manta india, sirve de mantel de fondo a las muñecas y las máscaras de una tienda de novedades cerca del parque de diversiones, y podría asegurar que en otras partes de la ciudad, en los hoteles o clubes de golf, la nariz o las orejas momificadas cuelgan de la pared, sobre la chimenea. En cuanto al pene inmenso, fue a parar al museo de curiosidades de un circo que recorre el noroeste. Este aparato monumental, de proporciones sorprendentes, ocupa toda una casilla. La ironía es que se lo identifica equivocadamente como el miembro de un cachalote, y por cierto que la mayoría de la gente, aun aquellos que lo vieron en la costa después de la tormenta, recuerda ahora al gigante (si lo recuerda) como una enorme bestia marina.

El resto del esqueleto, desprovisto de toda carne, descansa aún a orillas del mar: las costillas torcidas y blanqueadas como el maderaje de un buque abandonado. Han sacado la cabaña del contratista, la grúa y el andamiaje, y la arena impulsada hacia la bahía a lo largo de la costa ha enterrado la pelvis y la columna vertebral. En el invierno los altos huesos curvos están abandonados, golpeados por las olas, pero en el verano son una percha excelente para las gaviotas fatigadas.

Friday, April 17, 2009

Ojo de Agua...

No sé… A dónde mis botas me quieran llevar.
Hace diez años esa fue su respuesta cuando le preguntaron a dónde iría.
Pero era al fin la respuesta correcta porque fue hasta la taquilla de la línea de bus cuando decidió, o sus botas decidieron, para dónde el boleto.
En esa travesía llegó a SLP y a T, un pueblo incrustado en algún lugar de la huasteca…
Ahí conoció a Don Santano, quien le brindó hospedaje junto con su familia.
Se hicieron amigos y pasó una temporada ahí.
En ese entonces ninguno de los dos sabría que pasarían diez años para verse de nuevo. Tampoco que como en Wakefield, de Hawthorne, Don Tano le estaría esperando y le recibiría, pasado ese tiempo, como si su ausencia hubiera sido de un solo día. Y no nadamás lo recordaba Don Tano sino todo el pequeño pueblo -ahora de 340 habitantes-.
En algún momento en medio de esos diez años a mí me tocó, por su recomendación, visitar a Don Tano. Entonces iba Laora (eterna Papillon, Panqueque de la Mañana, Bruit du Frigo que se adelantó-desplazó a donde sea que se adelanta-desplaza uno cuando se adelanta-desplaza).

Y esta semana él me mandó un correo -en un tono imperativo y también hawthorneano-:
Nos vemos el sábado en el solar del Sr. Santano C. (la Casa de los pinos).
Y ya. No más.
Al llamado imperativo de mi hermano, dueño de esas botas que aún le compran boletos, asistieron además mis viejos y mi hermana. Faltó el otro, aunque todo el tiempo nos acordamos de él.
Y apenas pisar cas'e Don Tano fue como si todos se conocieran. El Don y mi viejo hablaban de mujeres. Don Tano recitaba frases de canciones y de películas. Y hablaba cómo, además, era quizá la persona que gozaba de gran respeto en T.
Pero yo pensaba en sus hijos que estaban lejos.
Puta migración.
Puta migración -que en este y en los siguientes días se convertiría en uno de los temas-.
Coincidió además que el 42GCIF llevaba una semana de terminado. Ahí habíamos visto 'Los que se quedan', poderoso documental de Juan Carlos Rulfo. Y putamadre cómo está de conmovedor (tu eras la que tenía la piel chinita?, días atrás le había preguntado Rulfo a Shecomesincolorsintheair cuando ella no sólo cambió de piel sino que se le salieron lágrimas; pero no se lo confesó).
Yo pensaba en la puta migración. Pensaba en la experiencia de Elena, hija de Don Tano, y en lo que sobrevivió para cruzar a EU:
- Yo dije que no sabía nadar pero sí sé; si yo me crié aquí en la cascada! Pero lo dije porque a los que sabían, ya no les ayudaban. En el río no está muy lejos la cruzada pero hay unas aspas, son contenedores, y cierran y abren, y te jalan. Y sí había gente que no sabía nadar pero tenían qué aventarse. Ya en el camión yo iba hasta adelante, en un hueco bien chiquito y atrás de mí iban 20 personas más. Puse mi brazo delante porque me empujaban hacia las llantas. No podía respirar, yo pensaba que ya no vivía y mi brazo, como me seguían empujando, hacía mucha fuerza. Y cuando me sacaron de la caja del camión me desmayé y no sentía mi brazo, pensaba que me lo habían cortado. Mi hermana me dijo, si sabía que te iban a traer así, no te hago que te pases'.
A los tres años ella debió volverse para cuidar a su madre de la artritis. Y ya se acostumbró de nuevo y ya no regresa a EU aunque le gustaba vivir allá ('está bien bonito'). Al final soltó una conmovedora declaración cuando le pregunté por los novios: no, dijo, ellos son los que la escogen a una.
Yo seguía pensando en lo rifado de Rulfo. Pensaba en la declaración de uno de los personajes en ese documental; una declaración hecha con unos tragos encima y melancólico porque en unos días debía despedirse, de nuevo, de esposa e hijos y regresar a EU. Iba más o menos así:
'Yo miento al 50 por ciento; sí. Pero los políticos al 90 por ciento... Pero bueno, ese es su trabajo para eso están ahí'.
Y me puse melancólico aún cuando quedamos en volver con el pretexto de que Elena prometió enseñarnos a hacer pan en horno; pero estoy seguro que las despedidas, para la familia de Don Tano, son menos dolorosas desde que se fueron sus hijos. Esa sí debió doler.
Shecomesincolors llevaba su cámara y retrató la linda casa con su pasto verde-verde, su altar, sus árboles de lima, tamarindo, plátano... su ojo de agua que tiene en el jardín!! (y por el que hace tiempo una transnacional le ofreció a Don Tano cien mil pesos y Don Tano -a huevo!- los mandó a la chingada: 'no, ni aunque me hubieran ofrecido cien mil veces cien mil!'):
- Tengo fotografías increíbles de las dos familias... - dijo Shecomesincolors.
- A ver...
- No, no... En la cabeza.
E inmediatamente hice una foto en la mía:
El pasto de la casa de Don Tano está igual de verde-verde. Elena hace pan en el horno. Los Don Tano están en sus mecedoras. Entran dos jóvenes corriendo (para el resto de la gente que no entiende, estos se verán como adultos); corren con niños-nietos en sus brazos. Los Don Tano reconocen a los pequeños porque están igualitos que en las fotos. Y los reciben a todos como en un cuento de Hawthorne: como si no hubieran pasado doce años sin verlos...
sino

un

solo




día.

Y tengo otra imagen pero esa no es una foto; es basura:
Puto gobierno (dizque de puto Felipe Calderón Hinojosa)
puto país de México
puta bandera mexicana
puto himno mexicano de mierda.

Tuesday, April 07, 2009

4x4...

Den hospedaje siempre.
Siempre.
En el último de los casos, uno se quedará por ahí en el auto o en un rincón de la iglesia del pueblo. Pero den hospedaje siempre que se los pidan, no saben qué agradecido estará uno -me libré de los coyotes-.
Gracias Don Tano -gracias Don Fredy-; gracias Don Gerry... (debo estas crónicas).
Todo gira por acá.
Abrazote!!

Friday, April 03, 2009

Como en El Luchador...

(Una vez pedí permiso para engordar todo lo que podía durante un año, así que...)
Le dije: Mi (próximo) experimento será parecerme a Mickey Rourke.
Y ella me dijo: Pues ya nomás ponte mamado.
Y ya no le dije nada.
Jajaja...
Quiero verla de nuevo...


Thursday, April 02, 2009

La Mocte Niüs informa... (deportes)

Por Boris la Araña Marciana:

Por primera ocasión presentamos un post que va para dos partes, lo mismo encaja en este boletín informativo que en la sección deportiva "panboleando".

Abrazo.

Un árbitro de línea saca una pistola tras anular un gol
Rumania. El derbi regional entre el Popesti Stefan y el Unirea Dragalina tuvo un inesperado y más que sorprendente desenlace. Los visitantes ganaban por 1-2 cuando el Popesti logró un tanto que suponía el empate pero que fue invalidado por uno de los asistentes del árbitro encargado. Ante las múltiples protestas de público y jugadores del bando local, el árbitro sacó una pistola para contener los ánimos y se retiró al vestuario junto a sus compañeros ante la sorpresa de los presentes.

Wednesday, April 01, 2009

Recomendaciones...

... de este par de pelis que acabo de ver:
The Wrestler. Solamente decir que está bien cabrona:

- "Soy un pedazo de carne vieja y rota; y merezco estar solo... sólo no quero que me odies"
- "El único lugar donde me lastiman es allá afuera"
Y Watchmen también está bien cabrona; es una maravilla. Clávense; dejen a un lado los disfraces, eso y otros adornos-parodias. Métanse al guión y se verán, o verán a alguien. Es un ensayo sobre muchos temas: teología, naturaleza humana, el bien el mal, el amor, el miedo, la soledad, el espacio de cada uno, metafísica!, la mentira, los principios, la existencia...

- "Una vez me contaron un chiste: Un hombre va al doctor. Dice estar deprimido. Que la vida es dura y cruel. Que se siente solo en un mundo amenazador. El tratamiento es sencillo, dice el doctor, el gran payaso Pagliacci está de visita esta noche. Vaya a verlo. Eso le animará. Y el hombre estalla en llanto: pero doctor, yo soy Pagliacci"
- "Cuando tu me abandonaste, yo abandoné la Tierra"