Thursday, September 13, 2007

A propósito de Bala...

Cada que tenía tiempo pero sobre todo cada viernes, Malasaka navegaba en el internet en su escuela, entraba a la página de El País cuando ésta era gratis y democrática -porque el internet debe ser ante todo democrático-; y me copiaba y me enviaba la columna de Juan José Millás. Hace años, seis, siete.
A veces yo podía revisar mi correo ese mismo viernes, a veces pasaban semanas pero cuando lo abría tenía una recopilación de textos que aún guardo con los mensajes, claro, de Malasaka. Todos tienen estas primeras palabras: 'lo prometido es deuda'.
Con el pretexto de la nota de Krystian Bala me puse a buscar un texto millasiano que recordaba y que venía a tono. Dejo el texto, que es lo importante, me llevo mi memoria a esa época y mando abrazos, perdón, nautabrazos, a Malasaka...

...música para letras de Juan José Millás...

El azar

Abrí la nevera para coger una cerveza y salió una mosca volando. Deduje que había entrado media hora antes, cuando guardé el pollo. Llevaba encerrada, pues, treinta minutos. Si no me hubiera apetecido beber esa cerveza, habría fallecido, ya que lo más probable es que no hubiera vuelto a entrar en la cocina hasta la noche. Me pregunté si el cerebro de la mosca se había comunicado con el mío para que la salvara de un final desastroso o si fue una casualidad. Normalmente no bebo cerveza a esas horas. Ni a ninguna. No bebo cerveza, porque me da más sed, aunque de momento me sacia. Esa botella había llegado por error en el pedido del supermercado, pero como me dijeron por teléfono que era más fácil quedármela que devolverla, la guardé para una emergencia.

Más tarde, estaba trabajando en un cuento en el que en un momento dado el personaje iba a la nevera a por una cerveza. Me da mucha pereza que los personajes vayan a la cocina, o al cuarto de baño. No es lo mismo moverlos por el interior de tu cabeza que por el interior de una casa. Pero, bueno, el caso es que se despertó y le apeteció tomarse una cerveza. No es raro que los personajes te contagien cosas. Hace años, el de una novela que estaba escribiendo me contagió una depresión y la novela se quedó a medias. El personaje también. Ya le había construido el aparato óseo y la masa muscular cuando me atacó aquella tristeza y lo abandoné todo. El protagonista del cuento me contagió las ganas de tomarme una cerveza, de modo que me levanté y fui a la cocina.

Entonces, al abrir la puerta de la nevera salió la mosca. Si no hubiera estado escribiendo ese cuento, tampoco me habrían dado ganas de beber. Y, aunque me hubieran dado ganas de beber, si el supermercado no me hubiera enviado la cerveza por error, tampoco me habría levantado. Me impresionó que la vida de una mosca dependiera de ese cúmulo de coincidencias porque quizá la mía no era menos casual. La mosca se posó en la ventana, al sol, para sacudirse el frío, y en esto apareció una lagartija y se la zampó.

Aunque tenía el cuento prácticamente terminado, lo rompí y me fui a la cama para no provocar más prodigios, pero tampoco más catástrofes.