Hay una película que aquí sólo existió en un festival, Me and you and everyone we know. En una escena la protagonista acompaña a un anciano a comprarse tenis y mientras ella espera el vendedor ve pequeñas heridas en los tobillos de ella.
- Como que me rozan pero todos los zapatos me hacen eso. Tengo tobillos bajos –explica.
- Crees que mereces ese dolor pero no – dice el vendedor.
- No creo merecerlo.
- No conscientemente, quizá.
- No; simplemente mis tobillos son bajos…
- La gente piensa que un dolor en el pie es algo usual, pero la vida es mucho mejor que eso.
(Ahora que lo escribo todo fuera de contexto la peli parece cursi) pero sí: no existen las heridas sino los auto-sabotajes. Desde un catarro hasta el gobierno y hasta este cielo de yogur podrido, cada quien tiene lo que se merece -lo que quiere-. Pasa que uno se acostumbra. Al dolor, a todo. Sin darse cuenta. Porque a veces ni ánimos hay para darse cuenta.
A mí lo único que en este momento no me duele son los tobillos... entonces quise venir rápido a escribir sobre mi urgencia de zapatos nuevos…