Mailer escuchaba con reservas ciertas canciones como “Simpatía por el diablo”, una rola que consideraba tan quimérica y artificialmente escandalosa como El exorcista, de William Peter Blatty, ya que los respectivos éxitos de los Rolling y de Blatty sucedieron a mediados de los setenta, cuando Estados Unidos vivía conmocionado (y fascinado) por la mediática malignidad de Charles Manson. Invocar al diablo en la época de la decadencia efervescente era una vil charlatanería, sobre todo porque, explicaba Mailer, Mick Jagger era un impostor. Para sustentar su tesis, le contó al periodista Richard Stratton la anécdota de cuando oyó a Jagger lamentando la Revolución rusa. El líder de los Rolling decía que sólo el demonio pudo instaurar un régimen monstruoso y execrable y, con esa patética actitud de buen cristiano, a Mailer se le resquebrajó la imagen que tenía del rock star. ¿Acaso eran compatibles la adoración por Satanás y el horror por los tiranos?
Es probable que Truman Capote también coincidiera con la idea de Norman Mailer. Contratado por los Rolling para cubrir uno de sus conciertos en Estados Unidos, a última hora rechazó la oferta, argumentando que la banda carecía de misterio. Sin embargo, Capote veneraba a los famosos y enmendó la plana afirmando que la personalidad de Jagger y de sus compañeros sí era bastante misteriosa.
Pero volviendo a la inconformidad de Norman Mailer, valdría la pena recordar su punto de vista sobre la música, los músicos y el mainstream: “En el rock hay una especie de inflación que siempre me inspira desconfianza. No hacen falta muchos huevos para tener una gran guitarra eléctrica, un enorme sistema de amplificación y 50 mil corporaciones norteamericanas a las que atacar (pero que trabajan horas extra para amplificar esa música). Se parece al caso de esos políticos despreciables que afirman «yo represento al pueblo». Cuando sólo representan su propio poder, con su micrófono y sus medios y su despacho electrónico”.
Entonces, ¿qué era lo que Mailer esperaba de un disco o de un intérprete?
Con “Sgt. Peppers”, los Beatles lo conmovieron. En esta rola hay ocho compases que asustaron al tipo duro que no bailaba, a través de la nota errónea que Lennon y McCartney insertaron en un momento clave del pentagrama. La emoción de Mailer surgió de la ruptura. Como en sus libros y su prosa, la genialidad de la armonía se basó en el cortocircuito, a la manera del instante que trastoca el equilibrio entre el hombre y su naturaleza. Digamos la violencia, el amor, la miseria o la locura, porque, al fin y al cabo, esos son los temas esenciales del rock y la literatura...
Iván Ríos Gascón (Los paisajes invisibles, Laberinto -11 ago)