Monday, August 31, 2009

Querido diario...

La primera vez que entré a una fiesta sin invitación estaba en una provincia donde hablan francés pero en general el país habla inglés. Salía de un bar con nombre de reina inglesa, habitado por muchas reinas, princesas y villanas, a comprar cigarrillos mientras dos amigas colegas esperaban mi regreso.
En el camino una música que venía de un primer piso me atrajo como a Frodo lo arrastraban las entrañas de Mordor. Decidí explorar, más desinhibido por el alcohol que por aventurero, y apenas asomarme un rubio me dijo dónde estaban las cervezas y un rasta dónde todo lo demás.
Me dirigí al arsenal, destapé una cerveza y me asomé a la puerta trasera que conducía al jardín de la planta baja. La fiesta estaba en ese punto álgido donde lo que sigue, como después de cualquier punto elevado, es la decadencia. Afuera faltaba poco para pintar el paisaje con una orgía. Ya no vi; me quedé hablando con el rubio el rasta y sus amigas.
Cuando me fui uno de esos otros invitados me detuvo y me preguntó que a dónde iba? A la tienda por cigarros, no sé por qué le respondí eso que sonaba a promesa de volver; pero no, ya me iba. Quizá lo dije porque no había terminado mi primera misión que era, precisamente, comprar cigarros.
Llévate la bicicleta para que no camines, contestó, ofreciendo la bici del primer piso. Para que no tardes. Llegando a la salida le dije que podía caerme y que mejor caminaba.
Regresé con mis amigas y habían pasado cerca de dos horas. No reclamaron, quizá ni notaron la ausencia enamoradas de tanto rubio. Y rieron cuando les conté lo buena onda de ese país en que puedes entrar así a una fiesta, beberte sus cervezas y salir con bici.
La noche cortesía del bartender que amaba a este otro país, terminó en una borrachera histórica. Al salir del bar en vez de dirigirnos, como debe ser, a la salida, nos enfilamos escaleras abajo hasta toparnos con cajas de cerveza. Era la cocina y el camino incorrecto.
La segunda vez que entré a una fiesta sin invitación fue aquí, en esta ciudad.
Pero iba ya con dos amigos y una amiga, perdidos los cuatro, tratando de encontrar, precisamente, otra fiesta.
Pero escuchamos el ritmo de la fiesta hippie y como no había otra cosa qué hacer decidimos explorar. Teddy Beer (no es teddy bear, sino beer) fue el primero luego Elponch luego Lacar al final yo.
Y apa! dos piernas tocaban el acordeón y nunca había visto eso; pero supongo que ya era momento de enfrentarme a ello a estas alturas.
La fiesta, como aquella otra lejos de mi país, estaba también en el punto más alto. No hicimos más que contemplarlas bailando hablando tocando el acordeón y fumando o haciendo cualquier otra actividad que esta pandilla de extranjeras y de nativas celebraban, haciendo que la noche encontrara su molde más fresa o bien, cool, pero más conquistador.
Dejamos de babear cuando Lacar nos presionó para salir y entonces reunirse con un pretendiente, un tipo al que después de conocerlo hemos apodado Billy Big-Head, debido a que tiene la cabeza del tamaño de un planeta.
Fin.
Y de las piernas con el acordeón sólo quedó esta foto.