Tuesday, August 25, 2009

Esta reunión será recordada como La hora del lobo…

Las horas que miden el tiempo-infinito de una familia son las grandes fiestas que se celebran. O los grandes actos. O los más tristes. O felices. Ejemplo de ello son las películas de El Padrino donde en las horas-celebración (bautizos, bodas, cumpleaños…) se cuenta el tiempo vivo de la familia-familia (y la familia-mafia).
Son esas horas las que dicen cómo hemos crecido y a dónde vamos. Y sobre todo de dónde hemos venido rindiendo homenaje a los antepasados: a los que están sin estarlo: a quienes, cuando nos reunamos con ellos, podamos y debamos mirar de frente sabiendo que hemos sido dignos para hacerlo. De eso se trata todo, de regresar a nuestros padres, dignos hacia ellos y en su compañía no estar avergonzados.
Hace unos días, una hora-cumpleaños me reunió con mis niñ@s querid@s (y con sus niñas queridas que no conocía). Mis sobrinas queridas y mi sobrino querido. Tan guap@s que han sido siempre. Y me conmuevo a las lágrimas luego de no verl@s luego de siete años.
Fue una hora que midió nuestro tiempo: hoy el infinito de la familia está cuarteado aunque no roto. Y en el paisaje hay árboles secos pero reuniones como ésta señalan esperanza: el campo será verde de nuevo y en él generaciones jugaremos futbol haciendo trampa con los grandes y pequeños. Con los que están sin estarlo y con los que vienen. Se disfrazarán como antes; bailarán; beberemos la mejor cerveza del mundo y contaremos historias con fogatas dentro del pecho.
Y bailes como éste de mi sobrino Rro, de ocho años, me hacen creer que hay esperanza; que las fracturas han sido un mero cambio de vestimenta para algo que viene mejor armado; que todo volverá a ser como antes porque todo ha empezado a serlo. Y que no hemos perdido la capacidad de conmovernos o alegrarnos estando juntos. O simplemente de divertirnos.