Thursday, March 05, 2009

Un Bolaño sin saber por qué, por favor...

((Salí del cine aún con un pie en las imágenes y el otro en el asfalto; no sé si por eso imaginé verla en su bicicleta y con esa luz trasera parpadeante que le regalé para que por la noche no la machucaran los coches.
Y al segundo vi unos perros.
Entonces la recordé y recordé este poema; y recordé que lo leímos (ella primero y yo después: nunca se me dio el andarles recitando y creo que a la larga eso ha estado bien) cuando bajamos el libro de internet porque no pudimos comprarlo en la estúpida gandhi. Esa también fue la misma vez en que sí pudimos comprar dos botellas de vino que primero eran caras y luego tintos, y que entonces bebimos mientras escuchábamos un disco extraño, un disco serigrafiado con olor a hospital, un disco que ella escuchaba cuando besaba a su padre en una cama blanca...
Un disco que escuchábamos cuando apenas comenzábamos a conocernos...
Entonces el poema nada tuvo qué ver con nosotros; tampoco ahora, en realidad... pero tiene dentro esos recuerdos quizá porque nos dijimos que a los 20 estábamos locos... o quizá porque nos dijimos que ahí nos íbamos a quedar...))

LOS PERROS ROMÁNTICOS
En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.

Roberto Bolaño