Este era un universo compuesto por nebulosas y que flotaba eternamente frente a los ojos de una mujer Tulipán. La mujer Tulipán quería brincar caminar rodar volar y viajar, pero como las nebulosas le impedían ver más allá, no se atrevía nunca ni a dar un paso.
Hasta que llegó una balsa que para ella tenía forma de sonrisa.
La mujer Tulipán trepó a la balsa pero ésta no se movía. La mujer Tulipán pensó entonces que, claro, sólo se iba a mover si remaba. Sacó una pierna y con la uña del dedo gordo del pie empezó a remar, haciéndole -accidentalmente- cosquillas a la balsita con los movimientos de su chamorro.
Poco a poco, encima de la balsa-sonrisa, la mujer Tulipán obtenía la capacidad de ver a través de aquél universo pequeñito formado por nebulosas que tenía enfrente. Y ya no parecían nebulosas sino migajones pequeños colgados de hilitos a manera de broma y por algún monstruo de la infancia. Con eso de su lado, la mujer Tulipán navegó por ciudades dunas mares libélulas extintas cabras locas patos-perros… y vio los escenarios más sencillos, una luna roja sobre una explanada congelada, una blanca sobre un mar, otra encerrada en dos edificios art noveau; una tormenta; una fogata donde cabía el mar y otra donde no cabía frío…
Y así navegó por polvos estrellas pelusas espaciales haciendo cosquillas a la balsita-sonrisa hasta que una tarde un brillo a lo lejos atrapó su interés. La mujer Tulipán, entonces, remó desesperadamente y obligó a la balsa a cambiar de rumbo y a acercarse hasta aquél punto compuesto por tres estrellas: distancia-presente-pasado. Conforme se acercaba, el brillo le cegaba más y más y casi no advirtió -o quizá no lo hizo- que el resplandor venía de una escalera gris que flotaba como deshecho de la NASA. Sin pensarlo, la mujer Tulipán dijo esta es mi parada y se bajó, dejando a la balsa sin uña-remo.
Sin uña-brújula.
Sin uña-timón.
Y la balsita comenzó a hacerse más pequeña dentro del agujero negro de la oscuridad universal.
Pero nada fue real, dijo la basura espacial más famosa del universo (el tiempo), esa que lo sabe y ha visto todo. Nada fue real: la escalera no era una escalera hacia arriba o abajo sino una puerta (quizá falsa); y la balsita tampoco era una balsita en forma de sonrisa. Era la dentadura chueca de un cráneo incompleto.
Hasta que llegó una balsa que para ella tenía forma de sonrisa.
La mujer Tulipán trepó a la balsa pero ésta no se movía. La mujer Tulipán pensó entonces que, claro, sólo se iba a mover si remaba. Sacó una pierna y con la uña del dedo gordo del pie empezó a remar, haciéndole -accidentalmente- cosquillas a la balsita con los movimientos de su chamorro.
Poco a poco, encima de la balsa-sonrisa, la mujer Tulipán obtenía la capacidad de ver a través de aquél universo pequeñito formado por nebulosas que tenía enfrente. Y ya no parecían nebulosas sino migajones pequeños colgados de hilitos a manera de broma y por algún monstruo de la infancia. Con eso de su lado, la mujer Tulipán navegó por ciudades dunas mares libélulas extintas cabras locas patos-perros… y vio los escenarios más sencillos, una luna roja sobre una explanada congelada, una blanca sobre un mar, otra encerrada en dos edificios art noveau; una tormenta; una fogata donde cabía el mar y otra donde no cabía frío…
Y así navegó por polvos estrellas pelusas espaciales haciendo cosquillas a la balsita-sonrisa hasta que una tarde un brillo a lo lejos atrapó su interés. La mujer Tulipán, entonces, remó desesperadamente y obligó a la balsa a cambiar de rumbo y a acercarse hasta aquél punto compuesto por tres estrellas: distancia-presente-pasado. Conforme se acercaba, el brillo le cegaba más y más y casi no advirtió -o quizá no lo hizo- que el resplandor venía de una escalera gris que flotaba como deshecho de la NASA. Sin pensarlo, la mujer Tulipán dijo esta es mi parada y se bajó, dejando a la balsa sin uña-remo.
Sin uña-brújula.
Sin uña-timón.
Y la balsita comenzó a hacerse más pequeña dentro del agujero negro de la oscuridad universal.
Pero nada fue real, dijo la basura espacial más famosa del universo (el tiempo), esa que lo sabe y ha visto todo. Nada fue real: la escalera no era una escalera hacia arriba o abajo sino una puerta (quizá falsa); y la balsita tampoco era una balsita en forma de sonrisa. Era la dentadura chueca de un cráneo incompleto.