Wednesday, July 02, 2008

Buscan Ética en Periodismo...

Para Jonathan...
Niña muerta en pozo el reporte.
Hizo una pausa para leer el mensaje. Y salió a cubrir la nota con las ganas con las que se da brillo a un zapato o se toma un café que debía ser caliente.
El lugar de los hechos ni siquiera era un lugar. Era una charco de olvido, podrido: un pueblo a las afueras de Jalisco en absoluta independencia política económica social moral, anímica.
El reporte no mentía: Niña muerta en pozo. Niña muerta en agua. Niña muerta en cuerdas. Niña muerta en tierra. Niña morada del cuello de las muñecas pero no golpeada.
Dos días después se cerró la investigación y hubo una conferencia de prensa en el MP con la asesina y los familiares de la niña.
Como cada día, ella sola llevaba a su sobrino de 4 años al kinder y aterrizaba en su escuela. Pero ese no era cada día; era aquél de su décimo cumpleaños. Y llevaba un brillo distinto al que la asesina notaba a diario, cuando todas las mañanas sus pasos cortos desfilaban frente a su casa: ese día la niña brillaba con cadenas y pulseras de oro en el cuello las muñecas.
La asesina, desesperada por dinero, decidió atacarla al verle los brillos. Se la llevó lejos y le quitó a fuerza, una por una, cada joya que después intentaría vender o cambiar por comida. El precio estimado de ese oro rozaba los 16 mil pesos. La caída al pozo duró segundos; y el que dejara de moverse apenas unos más. No podía matarla con mis manos, alegó.
El reportero de nota roja dictó su información a la redacción. Muy bien, dijo el editor, pero falta algo. Quién regaló el oro a la niña?
El reportero no lo quería publicar. Entró en un conflicto ético que desde entonces y personalmente no ha sabido-podido resolver ni solicitando ayuda al sitio de ética periodística de Darío Restrepo.
Horas antes de enviar la nota, los reporteros reunidos habían anotado el lamento del padre de la niña: les quiero pedir un favor. No digan quién le regaló las joyas. Que ella no puede con esa carga. Tiene diabetes. La llevaron al hospital en cuanto supo lo que había pasado; y está grave; peligra, no puede con la carga. Ya perdí a mi hija no quiero perder a nadie más.
Las joyas se las había entregado un familiar como regalo de cumpleaños. Un familiar que sacaba adelante a su familia en ese charco de olvido, a base de vender oro. Un familiar que más que descuidada, culturalmente, demostraba en oro el cariño tan grande que le tenía a la niña. Era la consentida.
El reportero consintió con su editor publicar ese dato –sobre quién le había dado las joyas a la niña- siempre y cuando se mencionara hasta el cuarto o último párrafo y se escondiera-disfrazara entre la información. Está bien, dijo el editor.
Al día siguiente, no sólo su periódico sino el resto de los medios que cubrieron esa noticia hablaron, en la misma línea, sobre la historia. Pero en el encabezado de la nota firmada por él, se leía:
REGALA ABUELA JOYAS DE LA MUERTE