Friday, October 23, 2009

El dengue y mi abuela...

Para el Capitán Barbosa: mi madre.

Para que la vida no sea aburrida uno debe buscar aventuras. Y cuando el asunto empezó, quise que me pegara el dengue porque a veces uno simplemente debe experimentar; como la vez que –previa licencia de la novia- engordé lo más que pude durante un año –que se volvieron dos- para simplemente ver cómo me veía y sentía con exceso de peso -no sé cómo fue que ella aceptó-.
En esta ciudad resulta relativamente fácil conseguir el dengue (aquí se vive el segundo brote de dengue más grande de los últimos 20 años con 2 mil 879 casos confirmados, según dicen los reporteros-repetidores), así que desde hace unos meses ir de la habitación al baño resulta más peligroso que cruzar una alberca con tiburones, salvo que lo que muerden no son depredadores sino insectos, moscos que transmiten el dengue; y mientras los tiburones te destrozan pronto, el dengue es angustiosamente lento.
Dengue, suena a enfermedad tropical fiestera –si el mosco del dengue fuera caricatura lo imagino con un cocktail en una pata, pongamos un martini, y una camisa hawaiana- pero sin tanta alarma ha sido más desastrozo que la influenza. Del segundo caso, por ejemplo, no conocí –por fortuna- a nadie que tuviera incluso los síntomas. Del primero he conocido a tres cercanos a los que les pegó duro entre ellos Lakari a quién incluso le afectó el hígado por lo menos hasta diciembre en que entonces podrá celebrar con cerveza un cumpleaños ya atrasado.
Cuando Lakari me habló de los síntomas yo ya tenía las ganas de que me diera dengue para experimentar. Y de todo, lo más alucinante eran las alucinaciones que le llegaron con la fiebre.
- Y qué viste?
- Vi a mi abuela fallecida; desde la cama vi que estaba en la cocina.
Tener la oportunidad de ver a la abuela querida vale simplemente el atravesar el umbral del dengue. Así que si ya tenía las ganas, con esta información más lo deseaba. Podría, incluso, pensar que además de mi abuela querida vería y hablaría con… no sé… Kurt Cobain -aunque mi hermana que siempre molesta me dijo que no, que en tal caso a mí se me aparecería Francis-.
Bueno, seguí cruzando esa alberca de aire llena de moscos que se hace en el espacio entre mi habitación y baño, semidesnudo. Me sentaba en la taza del baño y sí, me picaban las piernas pero cero dengue.
Entonces esta madrugada llegó lo que esperaba sin esperarlo.
Soñé con mi querida abuela.
La Pilla. La Elpi. La familia estaba reunida alrededor de una mesa en una habitación pequeña y yo repartía algunos regalos. A ella le daba una caja blanca de cartón sin envoltura y yo sabía que se trataba de un suéter; ella lo recibía.
- Si no te gusta, abue, tienes tres meses para cambiarlo.
Eso le dije y todos empezaron a reír. No sé por qué. Sólo la vi mirándome como ella nos mira y sacando esa sonrisa que saca. Entonces le volví a ver sus arruguitas. Y me siguió mirando.
Cuando desperté la única alberca que se llenaba era la de mis ojos, con una alegre melancolía gracias a su alegre presencia, a su cercana compañía.
Y ya no quise, ni quiero, que me dé dengue.