La habían condenado a vivir en un planeta-ácido. Estaba en una roca impidiendo que el líquido la tocara. Sola. Puntitas puntillas chamorros duros. Y, por ninguna razón, fui. Con suerte la saqué. Ya a salvo le enseñé la Nueva Santa María, Clavería, la Concordia... Ella me enseñó a escupir y a chiflar.
Un tiempo fue un gigante e iba por la ciudad destruyendo los edificios las construcciones. Las fábricas de cocacola. La torre latinoamericana. Pemex. El reloj chino (que no es chino). Televisa. La embajada gabacha. La Septién... Pero le decía-rogaba que me gustaba el estadio olímpico de CU... Y no lo destruía.
Y cuando moría la enterraba enfrente.
Y cuando moría la enterraba enfrente.