Thursday, February 07, 2008

Un lunes domingo...

El sol ganaba por decisión en el ring del lunes. Sudaban 28 grados centígrados. Nos montamos en una pick up que aparentaba más años de los que tenía. Supuestamente nos conocimos cuando yo ni memoria tenía y él, por la infancia que tuvo, ya había vivido hasta tres vidas. La de niño, la de padre al cuidado de sus hermanos. La de pobre.

- Masa. Vendía masa. Me iba hasta Santa Julia, conoces?

Yo había escuchado de Sta. Julia pero nunca conocí. O quizá sí. Estaba cerca de donde vivíamos. Sin embargo asentí porque él hablaba de una distancia y no de un lugar. Y yo también he conocido lugares lejanos.

- Ahí iba con mi carretilla de masa. Cuando en la calle me encontraba a tu abuelo me daba 50 pesos. Mucho dinero!... cómo no me lo encontraba todos los días! jaja. Pero eran tiempos duros y lo aceptaba, con mucha pena, sí. Fuimos seis hermanos. Cuando se compraba la leche mi madre la servía y terminaba diciendo ‘ustedes dos alcanzarán mañana’. Y así nos turnábamos.

La pick up crujía como si existiera alguna relación entre los amortiguadores y las arrugas que se quebraban asomaban o escondían en su rostro. Atrás llevábamos una tonelada de cal para la construcción de la casa de su hijo a las afueras de la ciudad. Él daba un trago a su coca que colocaba en un portavasos diseñado por un agujero en el asiento que dejaba ver resortes. Y encendió otro delicado como introducción a su historia migrante.

- Soy muy confiado. Es eso. Ya llevo 15 años aquí; me vine porque tuve qué vender mi casa para salir de una bronca. Fue por la firma que di para el préstamo a un amigo. Nunca me pagó. El año pasado fue lo mismo. A quince años no aprendo: iba a poner un negocio con otro amigo, un productor de televisión, pedimos un préstamo y él dejó de pagar y desapareció. Todavía lo ando buscando. Ya encontré a su hijo y lo voy a mandar seguir para encontrar al papá. Por eso construimos esta casa. Para salir de la bronca mi hijo vendió la que tenía y me dijo que a cambio yo fuera poco a poco construyéndole la suya. Pero qué cabrones esos cabrones… aunque al final lo que todo esto te deja es que las cosas se reconstruyen. Te caes te levantas, pero no debes parar. Como el box, como tu abuelo. Ah pero a tu abuelo nunca lo noquearon, verdad?

(Sí; sí lo noquearon; cuando murió mi abuela).

Llegamos a la obra donde en menos de un mes el maestro y su chalán llevaban hecha la mitad de la casa. Asomado a las ventanas del segundo piso, aún inexistentes, yo veía el campo y el basurero. Las ratas salían por comida y desde las alturas les lanzaba piedras.

- Acompáñame a dejarla en el negocio de mi hijo. Si dejo aquí la cal se la roban, no está terminado el portón.

Horas más tarde el pollo rostizado a la ranchera tenía cal, pero el pollo sabía a pollo rostizado a la ranchera. Y a dolor. O huevonez. Después de tanto tiempo sin ejercicio ayudar a bajar costales de una tonelada de cal –o de plumas- deja pequeñas puñaladas en los débiles seudo-músculos.

Y ya en su casa, reconstruida también por él, nos surtimos con cervezas de una cantina en cuya barra descansaba un cd de las ardillitas a lado de uno de cánticos cristianos. Es de mi esposa, me dijo disculpándose. Pero no supe a cuál se refería.

Entonces llegó el Mago Gustavo, 28 años.

- Don Memo… me das de comer…?
- Sí…

El Mago Gustavo es el tercero de cinco hermanos. La más pequeña es una niña.

- La niña sí salió bien; ella ya fue de otro padre. Todos los demás están mal. Igualitos.

Don Memo hablaba del retraso que el Mago Gustavo, concentrado éste en su pechuga rostizada a la ranchera, tenía. Él y sus hermanos, menos la niña. Cuento de Quiroga. No había más tortillas para el Mago y le dieron tostadas. Y a lado de él, El Torito se reía. Pero el Torito era un búfalo de 9 años, macizo, macizo.

- No te rías, sí tengo 28 años…-, chillaba El Mago.

Pero discretamente nos reíamos todos no porque en realidad tuviera 11 sino por cómo lo decía y le reclamaba al Búfalo.

- Por qué le dicen Mago Gustavo?
- Así le dicen todos en el barrio. Es porque nunca comen, las criaturitas. Están muy pobres. Y la gente se encaja con ellos. A sus hermanos y a él los hacen trabajar en todos lados y les pagan cien pesos a la semana. Su mamá lava ropa y hace quehacer. Y cuando el Mago desayuna, sea lo que sea, lo hace con un kilo, un kilo de tortillas él solo. En serio. Cuando come es otro kilo. Cuando cena otro. Le dicen así, como el mago que sale en la televisión, porque desaparece tortillas.

Entonces El Mago desaparecía además la sopa de El Búfalo cada que éste se descuidaba. Criaturita.

- Este cabrón. Una vez me acompañó a dejarle los lonches (tortas) a los albañiles. Bajé de la camioneta a comprar una coca, me entretuve cinco minutos con el dueño. Y cuando regresé ya no había lonches, jaja. Pinche Mago.

El Búfalo ser burlaba otra vez y para defender al Mago - yo sí le creía que tenía ya 28- le dije que ya me iba a alcanzar.

- No; ya te rebasé, tu no comiste tostadas…
- No, en la edad. Ya me vas a alcanzar yo tengo uno más que tú…

Pero El Búfalo se burlaba otra vez. Criaturota.

Ya la luna había ganado por KO al sol. Me despedí llevándome algo de cal en la ropa; pero la devolví cuando le di un abrazo. Y quedamos de ir a la arena a la función de box el viernes. Traeré un postre y ropa para El Mago Gustavo y para sus hermanos. Sobre todo traeré el ‘usted’ en la boca, el ‘usted’ que no traje cuando llegué a una tlapalería buscando con renuencia a un antiguo amigo de mi padre y preguntando por un tal Guillermo, antes de que un señor arrugado me respondiera, con una coca en la mano… te conocí cuando eras niño…