Tuesday, October 17, 2006


Lo normal
Por Juan José Millás
Según un estudio de la Universidad de Alcalá de Henares, millón y medio de españoles son víctimas de acoso moral en el trabajo. El acoso moral produce un daño que mata de forma silenciosa. Así como el torturador revienta a la víctima sin producirle un solo moratón, el acosador moral es capaz de golpear a la suya sin dejarle una huella. Esta clase de violación (el acosador moral es fundamentalmente un violador) se viene practicando desde épocas inmemoriales, pero sólo ahora empieza a reconocerse como una patología. Podríamos decir, parafraseando el título de un libro sobre la violencia doméstica (Mi marido me pega lo normal), que en las relaciones laborales se ha venido considerando normal la destrucción de la persona. Ni el agresor tenía conciencia de ser un torturador ni la víctima de ser perseguida. Mi marido me pega lo normal. Mi jefe me destruye moralmente lo normal. Mi empresa me arrebata la autoestima lo normal.

Creo que bastaría con acudir a algunos de los miles de cursillos sobre mando organizados por las direcciones de personal de muchas empresas consideradas modélicas para advertir que el acoso moral, como la corrupción, forma parte del sistema. En toda relación de poder hay un punto de manipulación psicológica. Señalar la frontera entre el uso adecuado y el enfermizo de la autoridad no es tarea fácil, sobre todo mientras no adquiramos conciencia de ser o haber sido en algún momento actores o víctimas de este tipo de tortura. Es más, tomar conciencia de ello significaría cambiar de arriba abajo las relaciones de trabajo tal como hoy están concebidas.

Es probable que haya más acoso moral del que dicen las estadísticas. El terror laboral se transmite por vía jerárquica, a través de la cadena de mando. Cuando en una empresa desembarca un presidente o director general que es un hijo de perra, los mandos intermedios se transforman en hijos de perra. Y el que muestra reparos para morder a sus congéneres es marginado de inmediato, convirtiéndose en víctima de lo que no ha podido practicar. Hay oficinas que al final del día están repletas de cadáveres. Mi jefe me acosa lo normal. Mi marido me pega lo normal.