Tuesday, August 19, 2008

Ligero de equipaje...

Una vez, durante tres meses o poco más, no me miré al espejo. Viajaba con un cuaderno una navaja una mochila verde un pantalón café unas botas del mismo color y algunos años. Hoy vi por fin Into the Wild; ayer recordaba las mandalas que me enseñó a hacer Kevin que le rescataron de ser yonqui y a mí, entre otras cosas, de sólo creer en absolutos, pero que a ambos nos enseñó a viajar sobreviviendo de alpaca pinchazos en las yemas y lapislázuli y granate, mis piedras favoritas.
Y de pronto los asuntos del tema de viajar coinciden de nuevo. He vuelto a recordar entonces que en el fondo somos viajeros de tiempo completo aunque llevemos mil años viviendo en el mismo sitio: viajamos ya porque sólo estamos aquí un rato y no más.
Hoy recuerdo también las caras que conocí. Personas que observé, que realmente observé... adornados por lagos árboles carreteras puestas de sol arenas mares... que observé y que con una mirada quedaba todo tan claro.
Y recordé las carcajadas sobre cosas simples como no poder pronunciar correctamente una palabra en otro idioma. Y cómo la vida se hacía más sencilla divertida y compartida a medida que el dinero se acababa. Recordé ese radarcito de intuición bien colocado que en apenas segundos me indicaba con quién sí o con quién no (aunque radica más en la observación que en un asunto de sensibilidad).
En Into the Wild hay una frase: la felicidad sólo existe cuando es compartida con la gente que quieres. Y se me quedó prendida.
Aquella vez, cuando por fin volví de ese viaje, al salir de tomar un baño en la casa de mis padres estuve de nuevo frente a un espejo. Un accidente. Fue rara la sensación de verme de nuevo. Ya ni recordaba, de verdad, cómo era mi cara. Fue pocamadre. Me veía y pensaba en cómo la gente que había conocido me había observado también sin mirar mi rostro. Desde entonces llevo, claro, años viéndome al espejo. Y años sin observar, simplemente viendo caras.
Hoy de nuevo ya no hay espejos y me veo; no hay viajes programados y viajo. Y tengo una brisa de felicidad por quitarme una venda de los ojos -hecha de mentiras-, pero sobre todo por volver a recordar que las cosas sencillas son las más bellas (la belleza es verdad; la verdad, belleza; y todo eso es sencillo); y que aún estando divididos por una carreterita por vivir en una ciudad que no es la mía, le llega a la gente querida que nunca olvido...
A recordar viajar, a viajar a viajar, estemos donde estemos.